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La Revolución del Silencio

El silencio es revolucionario. Al igual que comer cuando tienes hambre en lugar de cuando es la hora. Es curioso que lo más sencillo se haya convertido en lo más absurdo. Como callarse o como hacer uso del sentido del cuerpo para usarlo en lugar de usarlo para darle sentido al cuerpo.

Hace unos días pasé un día en silencio. Apagué el móvil y le dije a Bibiana que no iba a hablar.

Es plausible como la mete de inmediato se calma. Y no solo eso, sino que te das cuenta de que la mayoría de las intervenciones verbales que haces durante el día sobran. Que no hace falta responder a todo y que gran parte de los comentarios tan solo buscan autoridad.

Ni una sola de las veces que me dieron ganas de contestar a algo que Bibiana me había dicho, la información que tenía que llegar se perdió. Porque en la mayoría de los casos se dio cuenta ella sola o lo que quería decirle tan solo encubría mi necesidad de hacerle ver que “yo se”.

Que paz. Callarse la puta boca y dejar que todo siga. Abandonar el control que esconde la incesante intervención de las palabras por un rato.

El caso es que el otro día haciendo la compra en el Carrefour sucedió un milagro de esta índole. Los momentos de iluminación te pueden pillar en cualquier parte. Dijeron por megafonía que nos pedían hacer un minuto de silencio por los fallecidos durante esta crisis. De pronto la música paró y la gente paró con ella. Abandonaros su ritmo frenético en busca de alimentos para comer a horas concretas y se callaron. Una señora antes de que quedara el supermercado sumido en el silencio dijo la última frase que todos oímos “pobre gente…”. Con ese colofón final pasé el mejor minuto de mi vida en el supermercado. De pronto fui consciente de las personas que ocupábamos ese espacio, de sus cuerpos y sus respiraciones. Desconocidos que se paraban en el mismo minuto que yo, todos intervenidos por algo más grande que nos unía. Fui consciente por primera vez de sus presencias, podía escuchar sus cuerpos parados por los pasillos aunque no los viera. Me di cuanta que estábamos ahí. Y sentí placer. Sentí la belleza de que fuéramos tantos, de tantas formas diferentes compartiendo algo que nos igualaba. Y entendí ese “pobre gente…”, pero unos minutos después, cuando empezó la música de nuevo y perdimos paulatinamente lo que nos tuvo juntos.

Y entonces pensé, ¿te imaginas una sociedad que parara para hacer silencio varias veces al día?, dónde sonara un… yo que sé, ¡una bocina! y todos nos paráramos a escuchar…

No podría ser la misma. Imposible.

Y ahí me di cuenta de lo revolucionario que puede ser el silencio y de como lo sencillo, por absurdo que nos parezca, esconde el potencial de transformarlo todo.