CONTACTO

Run away!

Sobre la complacencia, el victimismo y otras bonitas formas de escapar de mi experiencia.

Esta mañana he estado investigando a cerca de por qué una se entrega en complacer a los demás. De lo que escribí esto me pareció interesante:

Partamos de la base de que yo tengo un dolor, provocado, por ejemplo, por la creencia de que no valgo.Como temo que me rechacen y reafirmar así lo que siento, me esfuerzo en complacer al otro con la intención de asegurarme su amor y reconocimiento. Sin embargo, este acto ni me hace sentir amada ni me evita el dolor que siento. Por el contrario, pronto hará que empiece a sentirlo de nuevo al ver que el otro no valora lo que hago “por el”. Al menos no al nivel del esfuerzo que supone para mi.

Es decir, yo me sacrifico haciendo cosas que no deseo hacer, y el otro sigue ‘whatsapeando’ (#holaquepasa), mientas se toma las galletas de chocolate que he comprado porque se que le encantan y sin la menor muestra de agradecimiento hacia mi. “¡Coño! que he tenido que entrar a tres putos herbolarios porque no las tenían en ninguno”.

Y ahí empieza de nuevo, mi dolor.

Esta vez proyectado en frases como “no me quiere, no me valora, no me merece, no soy suficiente, no, no, y no, hasta llegar a no valgo”. La vida está tan bien hecha que me pone al otro enfrente para que no escape de mis asuntos sin resolver. Sin embargo, me niego a verlo,

again.

En este caso se complica la historia pues ahora tengo un dolor y un culpable de mi dolor. Ahora además de tener un dolor ahí bloqueado arañándome las entrañas, tengo un culpable que creo que tiene el poder de hacérmelo sentir cuando le venga en gana. Es decir, he desplazado mi experiencia al exterior, difuminando más aun mi responsabilidad sobre ella.

A+B+C = V

VÍCTIMA DE MIS CIRCUNSTANCIAS, pareja, hijos…

Llegados a este punto tengo dos opciones:

  1. Vivir siendo una víctima de mi dolor, al que ahora llamo Fernando.
  2. Dejar a Fernando y que mi dolor pase a llamarse Pablo, Irene, Manola, mi gato…

Sin embargo, ninguna de las dos opciones tendrá el poder de liberarme de lo que siento, más bien convertirán este pequeño dolor en una agotadora batalla contra mi misma y los demás*. Y es que lo que siento tiene un sentido propio y no personal. Esto lo he sacado de una conferencia de Sergi Torres. El dice que las cosas que nos pasan no tienen un sentido personal, sino que tiene un sentido propio. Por lo que sea hay una voluntad más allá de mía proponiendo que yo tenga esta experiencia que alberga un sentido en si misma, pero que no tiene nada que ver conmigo, sino con algo que necesita ser vivenciado en mi. Porque si lo llevo al sentido personal, lo estoy tratando de meter dentro de los límites de mi personal-idad y no logro trascender la vivencia de lo que yo llamo “mi misma”. Si yo me abro a experimentar el sentido propio de la cosa, la parte de mi mente que se entrega en darle un significado personal queda en desuso y abierta para experimentarse más allá de la forma que le he otorgado, es decir de los límites de mi moralidad, mis creencias, vivencias pasadas, traumas, etc. ¿Se entiende? No. Da igual, sigo.

Por qué algo que me está pasando debería dejar de pasarme.De dónde nace la creencia de que yo se lo que es mejor para mi, si no paro de caerme una y otra vez en la misma zanja. De verdad desconfío tanto en la vida como para juzgar y negar la existencia de algo que está existiendo. Y de verdad creo que por negarlo va a dejar de existir. El dolor podría ser la puerta de entrada y de llegada a una nueva experiencia de mi misma, si le permito mostrarme lo que tanto miedo me daba.

Retomando mi secuencia lógica de ideas.

Tenemos un dolor: no valgo. Buscamos una estrategia para no sentir el dolor: complacer al otro. Al no funcionar como sedante, encontramos un personaje culpable de nuestro dolor: el otro. Y nos convertimos en un personaje valorado a nivel social: la víctima. Y por un tiempo, aunque no valgo, aunque sienta que mi pareja es una mierda, y aunque sepa en lo profundo que todo esto es fraudulento, soy una persona que obtiene cierto reconocimiento pues hay otras que se compadecen y sienten pena por mi. Y aquí uno puede quedarse toda una vida, bajo el hechizo auto-impuesto y el profundo engaño de ser una sufridor/a.

El desarrollo podría seguir interminablemente, pues existen miles de estrategias para anestesiar lo que siento, como el enamoramiento, la dependencia, la adicción al trabajo, la manera en la que me alimento… Pero en el fondo es lo mismo, lo que me fascina de esto, es el enredo tan grande que una se hace por miedo a sentir, por miedo a morir a las ideas que ha construido de si misma y a empezar a vivir sin tener ni puta idea (la verdad).

Y hasta aquí.

 

 

*Por eso mismo, defender o proteger a una víctima es una putada. Ya que estás alentando a esa persona a huir de lo único que podría salvarla. Y aunque este es otro jardín, uno quizás se mete a defender causas de victimismo ajeno porque se siente culpable de su propio maltrato.