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Consideramos que lo que «no nos gusta» es una amenaza de la que escapar o a la que someterse.

Pues lo que «no nos gusta» nos amenaza con tener que vivirlo. Como si vivir lo que «no me gusta» fuera una razón para morirse. Sin embargo, si me abro a vivir lo que me desagrada, me doy cuenta de que es más grande mi capacidad de vivirlo que el desagrado. Por lo que la experiencia de vivir gana.

Gana siempre la vida aunque la muerte amenace.

Incluso en el momento de la propia muerte (imagino) , la capacidad que tenemos, por el simple hecho de que morimos, de vivir eso,sigue siendo mayor. Por lo tanto, incluso ante la muerte, el poder de la vida se impone.

Asentarse en esa capacidad es el fin del miedo tal y como lo concebimos. El fin de la amenaza.