CONTACTO

La mente me da patadas. Pasándose de un lado a otro los mismos pensamientos. Cómo pelotas en un partido. Solo que este es un partido donde no se juega porque nunca se acaba. Es un cuarto cerrado dónde cada idea rebota. Las hostias cada vez son más fuertes pues tratan de enviar lejos cada pensamiento a ver si vuelven con respuestas. Pero en este partido, la pelota siempre cae en el centro. Es imparable. Solo el agua podría. Solo el agua puede diluir esto…

He estado llorando. He llorado de belleza. He leído algo tan bello, que he llorado. Como cuando se llora en las películas por la inevitable conmoción qué produce la complicidad con un suceso humano. Pero más. Y con un libro. Ha sido como estar acompañada. Había tanta complicidad con tan poco… Te juro que he mirado a mi alrededor en busca del autor o de cualquier otro ángel.

Ha sido tal la inundación, que devoró el partido y ese cuarto psiquiátrico sin camisas ni fuerza. Lo devoró como hace el mar cuando le da la gana. Cómo hace el deseo con las ganas de morir.

Me he salvado de agua.

Cuánto miedo da la emoción cuando arrasa con toda forma de inteligencia.

Parecía una loca. Una loca llorando agarrada un libro. No se puede explicar. No se puede entender. Lo llaman desequilibrio, a veces hormonal. Yo lo llamaría equilibrio vital.

Qué miedo da el mar inconmensurable, incontrolable, el único capaz de devorarlo todo, el único capaz de ahogar el frenesí de una mente inquieta.

Llorar amigos.

Llorar es inundar lo seco.

Llorar a gusto.

Y si es de belleza, sentir la inevitable presencia de Dios en ella.

Y si es de mido, sentir el inevitable deseo de vivir justo al borde de ese abismo.