CONTACTO

No, no quiero irme de este cuerpo sin haberme atrevido a permitirme todo lo bueno. Sin haberme regalado el espacio tiempo para pensar solo en mi desde una perspectiva total, no desde la parcialidad que propone el ego. Porque no nos engañemos, el que vive «por los demás», lo hace para alimentar una imagen de sí mismo dónde estar a la altura de unos códigos morales y de amor bastante pobres, por cierto. Y por eso demanda. Lo hace. Si no es con exigencias, lo hace siendo víctima, sintiendose injustamente tratado. El que vive por los demás, vive pidiendo su sitio.

Yo me estoy atreviendo a no pedirle al mundo que me haga más un hueco. Y no por desafío, sino por coherencia. Porque lo tengo. He nacido, lo tengo. Lo tengo como lo tienes tú y como lo tiene un gato. Me estoy dedicando a reconocer mi derecho a la vida, mi pertenecia al existir y mi libre albedrío como el permiso para hacer esta experiencia a mi manera cada día.

Y digo que me dedico, porque esto no se acaba. No se llega. No se termina. Es mi dedicación ahora y si lo es ahora lo seguirá siendo, mientras tenga su sentido puesto en el aquí. No se trata de dar en el clavo, se trata de dar.

No hay camino al que le encuentre más sentido, que el del atrevimiento a legitimar mi propia existencia. Aún si al hacerlo, molesto a todos los demás. Estoy dejando que se vaya mucha gente. Porque no me sale responder a unas demandas que no son coherentes con mi forma de amar, mis tiempos y espacios. Y porque siento, que de esa manera me libero y les libero de mi.

Deja que se vayan. No en plan «que te jodan» sino más bien en plan «gracias, fue la hostia. Ahora me toca otra cosa. Ahora me toca.» por ejemplo.

El arte y el amor que hay en dejar que se vayan no es explicable. Es un desprendimiento suave, como el de un endometrio que al no albergr criatura que nutrir y cuidar,se deja caer, para que llegue lo nuevo.